Al dedillo: «Juventud divino tesoro»

 Por Johanna Benoit

Buenos días lectores 

A propósito que estuvimos celebrando el Día Nacional de la Juventud, dedico este poema de Rubén Darío a la  gente que hace camino al andar, esa que sueña y se despierta con ganas de servir y aportar lo mejor a la sociedad que lo vio nacer. A esa que impulsa el desarrollo de los pueblos en la defensa  de la salud, educación, política y economía a esa juventud que busca un espacio para construir un país mejor. 

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…

Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.


Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.

Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.


Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.

Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé…

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…


Y a veces lloro sin querer…

Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.

Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.


En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía…

En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé…


Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe…

Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…

Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.

Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;

y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la primavera
y la carne acaban también…

Juventud, divino tesoro,

¡Ya te vas para no volver!


Cuando quiero llorar, no lloro…

Y a veces lloro sin querer.

¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.

En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.


La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!

Más a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín…

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…


y a veces lloro sin querer…
¡Mas es mía el Alba de oro!

Poema de Rubén Darío 

Poeta, Nicaragüense  

Hasta otra entrega

Dios les bendiga!                                   

benoit181182@gmail.com

Autor: Por la Redacción

comunicador, locutor, productor de TV. directivo del SNTP y Adompretur

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